Las consecuencias de la caída del Muro de Berlín en Asia están aún por ver, en parte porque aún no se han derretido los hielos de la Guerra Fria. No obstante, la política de Estados Unidos va en la dirección que se podría considerar como inevitable: las relaciones comerciales ya no se supeditan al interés político, que ahora tiende a basarse más en bloques de países que en alianzas bilaterales. Aunque siempre ha habido fricciones mutuas, ya no es posible superarlas tan fácilmente como antaño y las campañas contra los productos japoneses han forzado las privilegiadas relaciones, que ahora están más influidas por la desconfianza de parte americana que por el intento de conseguir un objetivo mutuo. La indefinicion estratégica a largo plazo, a saber, la inexistencia de un organismo de seguridad en la región que permita prever la resolución de conflictos, atenúa el debilitamiento de los lazos mutuos entre Estados Unidos y Japón y ayuda a evitar que las tensiones se desboquen. La forma en que estas tensiones puedan perjudicar la economía japonesa a largo plazo es incierta pero, mientras una mayor vinculación japonesa con Asia aparece como una alternativa para el futuro, la incertidumbre supone un elemento clave al decidir políticas a largo plazo.
Los escándalos de corrupción, por su parte, han añadido un nuevo elemento de incertidumbre, convulsionando la vida política, mas que por la magnitud, por el continuo goteo de nuevos casos. A los famosos escándalos de la Lockheed en la década pasada, se ha añadido el escándalo de la Recruit que llevó a la dimisión del primer ministro Noboru Takeshita y pocos meses después a de su sucesor Sosuke Uno. Al igual que en otras ocasiones, la necesidad de calmar los ánimos anti-Jimintô llevó a la eleccion de un ministro limpio, Toshiki Kaifu, de la minoritaria facción Komoto. Cuando después de dos años se dejó caer a Kaifu para dejar paso a las componendas tradicionales entre líderes de facciones y fue elegido Kiichi Miyazawa, se pensó que la marea había bajado. Se formó un gobierno en el que las carteras volvían a estar divididas entre facciones y cuyos miembros estaban implicados en buena parte en anteriores escándalos de corrupción; se vendió la necesidad de un gabinete de "pesos pesados" para que Japón pudiera salir de la crisis económica tras el estallido de la "economía de la burbuja". Las aguas, no obstante, no volvieron a su cauce, azuzadas por ese sentimiento de crisis y por la continuación de los escándalos políticos, principalmente el de Sagawa Kyûbin, que llevó a la detención del verdadero padrino de la política japonesa, Shin Kanemaru, y al descubrimiento de onzas de oro en su poder por un valor aproximado de 50 millones dólares.
Se puede decir que el clamor por un cambio de política llegó a la opinión pública, permitiendo que las luchas internas dentro del Jimintô llegaran a amenazar la unidad del propio partido. Efectivamente, los perdedores en la lucha por el control del Partido Liberal Democrático, Ichirô Ozawa y Tsutomu Hata, pudieron escindirse del partido portando una bandera facilmente comprensible para el público: la renovación. La ocasión para ello fue una moción de censura de los grupos de oposición que salió triunfadora gracias al apoyo de un buen número de diputados escindidos y en 1993 se celebraron nuevas elecciones que dejaron al Jimintô en la posición de minoría mayoritaria.
El poder, finalmente, "cambió de manos", tal como se llegó a decir, porque se formó la tan deseada alianza de la oposicion no comunista que logró desbancar, despues de casi cuatro décadas, al Jimintô. El nuevo primer ministro, Morihiro Hosokawa, fue el primero desde 1955 que no era al mismo tiempo presidente del PLD y con él se renovó la esperanza de conseguir un cambio definitivo en el panorama político japonés. Hosokawa había creado recientemente un nuevo partido político (Nihon Shinto, Nuevo Partido de Japon) y, aunque él mismo había sido diputado del Jimintô, la principal característica de su cuarentena de diputados era su inocencia política: casi todos entraban por primera vez en la Dieta.
El propio Hosokawa les dijo que su permanencia en el puesto para las próximas elecciones dependía de mantener en el candelero la Reforma Política. Y acertó, porque la propia resignación de Hosokawa al medio año a causa de un escándalo de corrupción y la llegada al poder de Hata rebajó las expectativas de reforma. Hata y el Partido que lideraba junto con Ozawa (Shinshinto, Partido de la Nueva Frontera) no eran modelo de político limpio: su salida del Jimintô había sido por una lucha de poder y la media de sus bienes personales era la mayor de todo el parlamento, por encima incluso de la de los diputados del PLD. Tras haberse aprobado la nueva reforma electoral, el panorama político sufrió un nuevo vuelco: los antiguos enemigos del período de postguerra formaron una alianza. El Partido Socialista o Shakaitô (cambiado el nombre en inglés a Partido Socialdemócrata en 1991 y después también en japonés) y el Jimintô hicieron una alianza que llevó a un gobierno conjunto en el que se repartieron el puesto de primer ministo hasta el fin de la legislatura. Lo impensable de antaño se produjo, pero eso no quiere decir que el planteamiento de los nuevos aliados fuera ilógico: eran los beneficiarios del antiguo sistema que se intentarían defender frente a los que buscaban uno nuevo.
La reforma política, de esta forma, tomó un giro que en Occidente podría haber sido considerado como una demostración de la madurez del sistema: un primer ministro socialista, Tomiichi Murayama al cargo del país. Murayama, después de un año, pasó el cargo el líder del PLD, Ryûtaro Hashimoto, quien al convocar nuevas elecciones en 1996 consiguió aumentar el porcentaje de escaños para su partido, llegando a estar cercano a alcanzar la mayoría absoluta. De nuevo hay gobierno del PLD para un buen período de tiempo, el Partido de Hosokawa ha desaparecido y, ciertamente, ya no se habla del cambio a pesar de que han sido las primeras elecciones celebradas bajo la nueva ley electoral. ¿Significa ésto que se ha superado la crisis política?
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